En un mundo tan individualista y egoísta, la idea de amar suena algo anticuado y superficial. Las personas prefieren su propio bienestar por encima de los demás. En parte, eso es lo que nos separa más y más y nos vuelve desiguales.
Tristemente ese concepto ha llenado nuestras relaciones, nuestras vidas y nuestras iglesias. Muchas personas que se veden de una forma, pero que en realidad son otra: Personas con máscaras que solo están cuando hay abundancia, pero el día de la escasez se van a un lugar mejor.
La fidelidad de Rut y la lección de Noemí
Esto me recuerda mucho la historia de Elimelet y Noemí: cómo esta familia partió de Belén (la casa de Pan) hacia Moab (un pueblo que representa lo adulterado).
“Aconteció en los días que gobernaban los jueces, que hubo hambre en la tierra. Y un varón de Belén de Judá fue a morar en los campos de Moab, él y su mujer, y dos hijos suyos” (Rut 1:1, Reina-Valera 1960).
La falta de carácter, fe y dirección de Dios puede llevar a las personas a despreciar la excelencia por lo mediocre, lo eterno por lo pasajero, lo espiritual por lo natural.
Vemos cómo la familia de Noemí se fue desintegrando, quedando ella viuda y desolada con la muerte de sus hijos.
“Y murió Elimelec, marido de Noemí, y quedó ella con sus dos hijos, los cuales tomaron para sí mujeres moabitas; el nombre de una era Orfa, y el nombre de la otra, Rut; y habitaron allí unos diez años. Y murieron también los dos, Mahlón y Quelión, quedando así la mujer desamparada de sus dos hijos y de su marido.” (Rut 1:3-5).
A veces, lo que en el momento se ve bien no es lo mejor; lo que parece venir de Dios no necesariamente es Su plan para nosotros. Por esto es importante reconocer cuáles son nuestras motivaciones y cual es la dirección e Dios para nuestras vidas.
En una situación como esta, tal vez hubiésemos hecho lo mismo. Pero lo fácil no siempre es lo mejor. Noemí volvió a la casa de Pan luego que Dios comenzó a bendecir a su pueblo, porque se había vuelto a Él.
“Entonces se levantó con sus nueras y regresó de los campos de Moab; porque oyó en el campo de Moab que Jehová había visitado a su pueblo para darles pan”
(Rut 1:6).
La lealtad y el amor de Rut
Qué hermosa enseñanza nos deja Rut. Ella permaneció con Noemí en la riqueza y en la pobreza. El amor de Rut hacía su suegra fue más grande que su orgullo o su tristeza.

“Respondió Rut: No me ruegues que te deje, y me aparte de ti; porque a dondequiera que tú fueres, iré yo, y dondequiera que vivieres, viviré. Tu pueblo será mi pueblo, y tu Dios mi Dios. Donde tú murieres, moriré yo, y allí seré sepultada; así me haga Jehová, y aun me añada, que solo la muerte hará separación entre nosotras dos”. (Rut 1:16-17).
Sabemos que Orfa dejó a Rut y a Noemí y se quedó en su tierra, en la comodidad, en la cada de sus padres.
“Y Orfa besó a su suegra, mas Rut se quedó con ella” (Rut 1:14).
Pero Rut fue una amiga leal, que sin importar la situación, caminó con fe y amor por el Dios que ella había conocido por medio de Noemí.
El amor y la unidad que había entre Rut y Noemí fue notorio en su pueblo. Dios bendijo la honra que Rut había dado a Noemí. Dios honró su obediencia y ella fue de bendición para su familia.
“Y las mujeres decían a Noemí: Loado sea Jehová, que hizo que no te faltase hoy pariente, cuyo nombre será celebrado en Israel” (Rut 4:14, RVR1960).
La unión hace la fuerza
Hay una frase muy popular que se ha usado en diferentes países como lema: “La unión hace la fuerza.” Este refrán popular aparece en la antigua Grecia y se atribuye a Homero, aunque también se encuentra una idea similar en Salustio en latín: (“Concordia res parvae crescunt” (las cosas pequeñas florecen en la concordia”).
Esto me recuerda que la biblia hace referencia a que sin la unidad, dos personas no pueden levantar una obra, llevar a cabo una idea, ni pueden caminar juntas:
“¿Pueden dos caminar juntos sin estar de acuerdo adonde van?” (Amós 3:3).
Veo el impacto que hubo en los primeros cristianos por causa del poder del Espíritu Santo, su unidad, amor y compromiso. Ellos entendieron el principio de la unidad.
Jesús, nuestro ejemplo de amor y servicio
Jesús, el autor de nuestra fe, mandó encarecidamente a sus discípulos una cosa: amarse los unos a los otros. Muchas veces se nos hace más fácil a amar aquellos que están lejos, con quienes no convivimos tan frecuentemente. Pero Jesús dijo:
“Un mandamiento nuevo os doy: Que os améis unos a otros; como yo os he amado, que también os améis unos a otros” (Juan 13:34). Jesús deseaba que entre sus discípulos hubiera humildad y amor para servirse los unos a los otros.
“Mas entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo” (Mateo 20:26-27).
Se siente bien cuando los demás nos sirven, nos dan atención o una cálida bienvenida. Pero Jesús, hablando con sus discípulos más cercanos, les dijo: ustedes no hagan competencia ni no se comparen unos con otros; más bien, si alguno quiere ser el mayor, debe servir a todos. Y esto fue lo que hizo Jesús, en toda su vida: sirvió. Eso no lo hizo menos, sino que lo engrandeció.
Una imagen que refleja esto es cuando Jesús les lavó los pies a los discípulos. Él se presentó como un siervo y les quitó el polvo, la suciedad de sus pies. En esa época, el más bajo de los servidores hacía esa tarea.

“Luego puso agua en un lebrillo, y comenzó a lavar los pies de los discípulos, y a enjugarlos con la toalla con que estaba ceñido… Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros” (Juan 13:5).
Si Jesús, siendo el Señor, lo hizo, cómo no hacerlo nosotros? Él nos mostró que quien se humilla, Dios lo exalta. “Porque cualquiera que se enaltece, será humillado; y el que se humilla, será enaltecido” (Lucas 14:11).
Muchos queremos ser aquellos que están a la mesa y que nos laven los pies, y comer libremente, pero nadie quiere ser el siervo que se humilla y prepara la mesa.
Unidad en el cuerpo de Cristo
En el libro de los Hechos, vemos que los apóstoles se mantenían unidos y tenían todo en común:
“Todos los creyentes se reunían en un mismo lugar y compartían todo lo que tenían” (Hechos 2:44, Nueva Traducción viviente, NTV).
Si analizamos un poco, vemos que la primera iglesia era un pueblo muy diverso de toda lengua y nación, con diferentes maneras de pensar, de actuar y de ser, sin embargo, todos tenían una misma fe y Señor. Jesús es quien une todas las cosas.
Si en vez de ver las debilidades de los demás, y las cosas que no nos gustan, viéramos lo nos aportan y enriquecen, conviviríamos mejor.
La iglesia es un cuerpo, con diferentes miembros, visiones y funciones, pero unidos en un mismo Espíritu:
“El cuerpo humano tiene muchas partes, pero las muchas partes forman un cuerpo entero. Lo mismo sucede con el cuerpo de Cristo. Entre nosotros hay algunos que son judíos y otros que son gentiles; algunos son esclavos, y otros son libres. Pero todos fuimos bautizados en un solo cuerpo por un mismo Espíritu, y todos compartimos el mismo Espíritu. (1 Corintios 12:12-13, Nueva Traducción viviente, NTV).
Cada parte del cuerpo tiene su propósito
“Además, el cuerpo no es un solo miembro, sino muchos. Si dijere el pie: Porque no soy mano, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Y si dijere la oreja: Porque no soy ojo, no soy del cuerpo, ¿por eso no será del cuerpo? Si todo el cuerpo fuese ojo, ¿dónde estaría el oído? Si todo fuese oído, ¿dónde estaría el olfato?” (1 Corintios 12:14-17).
Ninguno de los apósteles fue menos que los demás; incluso los más débiles llegaron a ser líderes y tomaron la posesión que Jesús les entregó. Por eso, no debemos menospreciar a nadie. Aquellos que parecen que no están avanzando, muchas veces están creciendo de adentro hacía fuera.
Nos maravillamos con aquellos que dan frutos visibles a primera vista, pero no entendemos que es más importante ser cimentados en Cristo antes de dar furto. Hay muchos árboles frondosos más, sin embargo, por dentro están huecos, y al llegar la primera tormenta se caen y derriban todo lo que hay su alrededor.
En cambio, aquellos que se ven menos atractivos suelen ser los más fuertes e inconmovibles. Y cuando les llega el tiempo de dar fruto nadie los podrá detener, porque ha pasado por su proceso y la gracia de Dios está sobre ellos.
Dios te ha colocado donde Él quiere que estés
“Mas ahora Dios ha colocado los miembros cada uno de ellos en el cuerpo, como él quiso” (1 Corintios 12:18)
Dios te ha colocado dónde Él ha querido que estés. A veces oramos para que Dios nos muestre nuestro propósito, pero debemos comenzar a trabajar en lo que Él nos mandó a hacer, no en aquello que nosotros queremos hacer.
Un árbol de manzanas no puede dar limones. Tú solo serás efectivo en el área en la que Dios te ha colocado. Si cambias tu esencia, e intentas imitar a otro “árbol” terminarás seco y frustrado, pues, no puedes dar aquello para lo que no fuiste diseñado.
Es como usar un cuchillo como si fuera un martillo: terminará rompiéndose, porque no fue creado para esa tarea. Muchos andamos perdidos y frustrados porque nos hemos cambiado del lugar de donde Dios nos colocó. Perdemos el tiempo yendo a Tarsis cuando Dios nos mandó a Nínive, perdemos nuestra energía y tiempo haciendo cosas que Dios no nos mandó a hacer.
Por último, me gustaría recordarte que el amor de Dios debe ser nuestro centro. Aprendamos a amarnos como hermanos, a ser humildes y a dejar a un lado nuestro egoísmo. En el cuerpo de Cristo no hay grandes ni pequeños; Dios nos ama a todos por igual y nos ha dado un lugar especial en Su familia.
“Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros” (Romanos 12:10, RVR1960)
Todos los textos bíblicos, salvo indicación contraria, pertenecen a la Biblia Reina-Valera 1960 (RVR60). Las citas marcadas como NTV son tomadas de la Nueva Traducción Viviente.


